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El poder de un iturri
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El tapón de una botella y la mente de un profesor pueden recorrer un camino que jamás podríamos imaginar
Para entenderlo rápido, el espacio se refiere a ese jugar en el que el niño jugaba y que ya no existe: la calle. Cierto que sigue ahí, pero ya no es lugar de estancia, sino de paso. Hace mucho que perdimos las aceras. Primero culpamos a la tele, después a las 'máquinitas' y ahora a internet. Pero en el fondo la culpa es nuestra. Como me suele decir cierto amigo: «Ahora nos molesta todo. La lluvia en invierno y el sol en verano». Y así nos va. Porque la calle también es convivencia. Lo que nos lleva al siguiente punto: las relaciones. Ya nadie conoce a nadie.
«No sabes lo que es ver al niño admirado de que su madre sea capaz de hacer virguerías con una peonza o que su padre sea un fenómeno con los iturris y las canicas». Cuando lo cuenta añade otro dato muy importante. «Aquel sexismo que existía los años en que estos juegos tradicionales mandaban, ahora son el lugar perfecto para alcanzar la igualdad entre géneros». Porque el iturri no tiene sexo. Ni la canica. Ni el hinque. Al menos, cuando se convierte en juguete. De ahí que ver compartir los juegos a niños y niñas sea cuestión de tiempo. Lo que nos lleva al tercer pilar.
Ya no hay tiempo para perder el tiempo. Que se lo pregunten a quienes cada tarde y muchas noches ayudan a hacer los deberes, entre una actividad y otra. Porque quien no está apuntado a una cosa lo está en otra. Y en este caso que hoy les traigo, hay profesores que buscan soluciones: «En nuestro caso, hemos transformado los patios, con los juegos de suelo y con su utilización, de manera que en Alkartu ocupan el 80% del espacio disponible. Y además son niños y niñas de edades diferentes». Esa es otra. Con tanta generación entremezclada no es extraño que cada una esté habituada a un material diferente. Y el niño y la niña van conociendo y aprendiendo a través del juego. Como si al golpear el iturri la historia del material con el que está hecho le susurrara su vida. «Vamos explicando de dónde es cada cosa, su origen, el entorno, cómo era todo antes y cómo es ahora... Es como mezclar en una clase la Historia, la Geografía, las Ciencias...».
Y deberemos añadir un pilar más. No lo dice Joseba, pero lo apunta un servidor. Para tener un iturri necesitabas un cómplice. Podía ser el dueño de un bar o un camarero. Pero de su generosidad dependía el número de ellos en nuestro bolsillo. En el caso de la 'Iturri bira' que montan en Barakaldo, el proveedor es Patxi del Bar Nuchelsa de Cruces. «Sacar con esmero y fino cuidado más de 500 chapas no es fácil. Sin él sería imposible hacer nuestras pruebas». Pues dicho queda.
Pero hay más. En cada nueva edición de este evento, añaden algo. Como este año. Que, tras conocer la situación de Josetxu Pedrosa, el gran paralímpico, le han homenajeado y se han puesto como objetivo ayudarle en todo lo posible. Al fin y al cabo, otras ediciones han participado aportando el dinero recaudado en causas tan aparentemente lejanas -pero muy cerca del corazón cuando las conoces- como posibilitar que 50 niños de Gambia puedan desayunar a lo largo de un año. Y como el juego cuando es compartido hace ruido, ya se han enterado por ahí de que existen unos locos en un lugar llamado Bizkaia que tienen un sueño que merece la pena.
«El proyecto ha supuesto abrirnos al mundo, a otras iniciativas a otras comunidades dentro y fuera de Euskadi y del extranjero, muestra de ello es el ultimo proyecto Etwinning que llevamos a cabo en colaboración con 9 países europeos». Lo dicho, la aventura de Joseba y compañía nos confirma el poder que puede tener una simple y humilde chapa. El viejo iturri de siempre. El que recibíamos de manos ajenas, transformábamos con las nuestras y compartíamos con las del resto. Al final daba igual que llevara cera o la cara de Iribar tras un cristal. Porque en su interior contenía otro ingrediente. Y se llama humanidad.
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