Cinco microrrevoluciones para cambiar de una vez por todas el sistema educativo
La aprobación de la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa, popularmente conocida como
LOMCE,
parece haber dado carpetazo a las discusiones sobre el modelo educativo
español por una buena temporada. Sin embargo, a diario en cada aula de
España seguirán produciéndose
pequeñas batallas (o milagros) que poco a poco contribuirán a cambiar para siempre la forma en que aprendemos.
En esas coordenadas es donde se mueve
María Acaso, profesora titular de Educación Artística y miembro del colectivo Pedagogías Invisibles, que acaba de editar
rEDUvolution. Hacer la revolución en la educación (Paidós Contextos) en colaboración con la ilustradora
Clara Megías. Se trata de un volumen que, de manera práctica, descubre cómo las “
microrrevoluciones cotidianas” pueden iniciar la revolución nada utópica de un sistema, el educativo, que apenas se ha modificado durante los últimos siglos.
Sin embargo, como la autora explica a
El Confidencial, las propuestas alternativas han sido hasta ahora la excepción, no la regla, y pone el ejemplo del método enunciado por
María Montessori
en 1912 e implantado a lo largo del siglo XX como una de estas
excepciones. “El modelo que nosotros seguimos nace en Europa en el siglo
XVII y atiende a unos patrones que son de esa época, y que ya no
valen”, explica la autora. “No es que el modelo en sí esté mal, sino que
no sirve para una sociedad en la que, por ejemplo, no sabemos a qué
profesiones se van a dedicar los niños que están haciendo ahora la
primaria. No podemos seguir educando bajo ese paradigma si lo que
tenemos que hacer
es educar para la incertidumbre y el emprendimiento”.
Nadie va a dar una clase neutral; reconozcámoslo y puntoLa de Acaso parece ser una empresa imposible si atendemos a
la creciente burocracia que los profesores han de cumplir,
motivo de queja frecuente entre el profesorado, pero la docente
recuerda que “el profesor de secundaria tiene que reflejar todo eso en
una programación, para que lo vean los superiores y la dirección, pero
cuando cierra la puerta puede hacer lo que quiera en clase”. De esa
manera pueden comenzar a alumbrarse propuestas que “se transformen en
aprendizaje”.
Si para Acaso hay que señalar a algún responsable
es, en todo caso, al sistema y la clase de profesores que crea, y no
tanto recurrir al conservadurismo de los docentes, que “son formados en
unos cánones muy rígidos y tradicionales”
durante su propio proceso pedagógico. Pero, ¿de qué forma práctica
pueden los docentes comenzar a aplicar las innovaciones propuestas por
Acaso?
Aceptar que lo que enseñamos no es lo que los profesores aprenden
El
aprendizaje es cosa de tres, asegura Acaso: el profesor, el estudiante y
el inconsciente, que en muchos casos, interfiere en el proceso de
manera que los docentes no se dan cuenta. El conocimiento no es algo
objetivo que se traslada de manera inmutable desde un lado del aula al
otro, sino algo que se transforma en todo proceso comunicativo. “
El profesor no dice la verdad, da su versión sobre los hechos”,
recuerda Acaso, y por ello mismo, esta debe ser una idea que quede
clara dentro del sistema educativo. “Nadie va a dar una clase neutral;
reconozcámoslo y punto”.
La figura del profesor como expendedor de conocimiento es absurdaEn ese sentido juega un papel importante el concepto de
“currículum opaco”,
que hace referencia a “la información que parece que recibimos por un
motivo concreto, cuando realmente el motivo es otro” y que va aún más
allá del inconsciente. “Pongo el ejemplo de por qué están los pasillos
de todos los institutos de secundaria forrados con azulejos”, desarrolla
Acaso. “Se dice que es por la durabilidad, pero en el fondo estás
transformando los espacios en una especie de centro hospitalario”.
En
la educación moderna los procesos han de ser más horizontales que en el
pasado o, incluso, revertir el sentido tradicional. “Los estudiantes
aprenden del profesor y los profesores, de los estudiantes, que en
muchos temas, saben más que el profesor”, recuerda Acaso. “
El conocimiento está en internet, no todo pero sí mucho, por lo que la figura del profesor como expendedor de conocimiento es absurda”.
Cambiar las dinámicas de poder
El
profesor, por lo tanto, ya no es la única figura que tiene el monopolio
del conocimiento en el aula, sino que esta es cada vez más una
comunidad donde docentes y alumnos avanzan en la misma dirección, y no
donde el profesor parece ser el enemigo a vencer en el examen final.
“Debemos entender una clase como una comunidad de conocimiento donde
todo el mundo te acompaña, donde
no te importe equivocarte porque todo el mundo te va a apoyar”, explica la profesora.
Nadie puede aprender sin ser constante, responsable y perseverante“No
es tanto igualdad, puesto que nadie es igual que nadie, como de
horizontalidad y reconocimiento de los saberes, algo que la pedagogía
tradicional siempre niega y que creo que hay que recuperar”. En ese
sentido, María Acaso pone de manifiesto la
importancia de los sentimientos y afectos en
el proceso de aprendizaje, puesto que si el miedo marca la dinámica del
aula, será más difícil aprender que en un clima de confianza donde el
error no sólo no tenga consecuencias graves, sino que sea deseable como
parte de todo proceso de conocimiento.
Para conseguir dichas dinámicas, es vital confiar en la responsabilidad del alumno. “En el paradigma del docente autoritario
se confunde disciplina con responsabilidad”,
explica Acaso. “Pero nadie puede aprender sin ser constante,
responsable y perseverante. La clave está en la motivación. Si a los
alumnos les das la posibilidad de trabajar con algo que les gusta y que
sean responsables, no necesitarás ser autoritario”.
La profesora María Acaso, autora de 'rEDUvolution'. (Liliane Gordiano)Pasar del simulacro a la experiencia
Aquel famoso concepto de “simulacro” que
Guy Debord
empleó para referirse al sustitutivo de la realidad que se había
implantado en la sociedad contemporánea también puede aplicarse al mundo
de la educación, sobre todo a partir de esas “prácticas bulímicas”
consistentes en estudiar en poco tiempo para vomitarlo todo el día del
examen y, acto seguido, olvidarlo. “Jugamos un juego en el que hacemos
que enseñamos y en el que los estudiantes hacen que aprenden pero no se
produce aprendizaje”, se lamenta Acaso. “El sistema, paradójicamente,
intenta por todos los medios que no aprendamos, que es lo que se
consigue mediante
el acto de tragar, vomitar y olvidar”.
Sólo nos preocupa tener la tele de plasma y el coche más grandesPrácticas
que se llevan a cabo, por ejemplo, escudadas en la necesidad de
completar el programa educativo, una tendencia que en los modelos
educativos más exitosos funciona en el sentido absolutamente opuesto.
“¿No es mejor aprender pocas cosas bien que muchas mal?”,
se pregunta Acaso. “El modelo finlandés va en esa dirección: menos
contenidos con más tiempo, y el modelo español es todo lo contrario,
muchísimos contenidos con nada de tiempo”.
Por el contrario,
convertir el aprendizaje en experiencia es esencial para que este sea un
auténtico proceso de enriquecimiento, pero también, para convertirse en
ciudadanos críticos. “Aprender tiene que ver con
la transformación social,
esencial para tener una democracia participativa”, explica Acaso. “Pero
sólo nos preocupa tener la tele de plasma y el coche más grande, pero
no la acción de ciudadanía”.
Habitar el aula
En
esa serie de microrrevoluciones que enuncia María Acaso en su libro,
ocupa un lugar privilegiado todo aquello que ha de convertir la
enseñanza en algo más humano, habitable y cómodo. En definitiva, que
acabe con la rectitud habitual de los centros educativos. “Por ejemplo,
en las universidades europeas no ocurre lo mismo que en España, donde si
quieres entrar a un aula el bedel te tiene que abrir la puerta con
llave. Es un problema de base del sistema, que piensa que los dueños son
las universidades y las gerencias, cuando
los auténticos dueños son los estudiantes”.
Si el aula es un lugar hostil resulta más complicado aprenderEllo afecta no únicamente al entorno en sí, sino también a la concepción que se tiene de las personas que habitan un aula. “
Parece que somos sólo cerebros, no cuerpos.
Y esos cuerpos están ocho horas sentados en la misma posición. Si estás
incómodo, si no puedes ir al baño, es más difícil aprender”. En opinión
de Acaso, se trata de una de las consecuencias de que la pedagogía haya
intentado legitimarse como disciplina científica, algo que ha dejado
fuera la parte más física de la educación.
¿Es posible implantar
modelos como el de Bolonia, que exigen una estrecha relación entre el
docente y cada alumno, si estos se cuentan por centenas? Acaso se
manifiesta optimista: “Hasta con un número tan grande de alumnos se
puede trabajar, cuando he tenido más de 100 alumnos también he creado
dinámicas diferentes”.
Dejar de evaluar para pasar a investigar
Dentro
de ese panorama, uno de los elementos más perniciosos pero también
menos sometidos a crítica es el de los exámenes, un modelo que, en
opinión de Acaso, “genera ansiedad”. La profesora relata a través de una
anécdota lo perjudicial que pueden ser dichas formas de calificación:
“Una colega me contaba que tenía un sueño recurrente en el que
moría y no podía hacer el examen. Ese sueño representa muy bien la experiencia del examen”.
Hay que desenmascarar el aparente cientifismo de lo educativo Aunque
reconoce que poco a poco se cambian los métodos, el examen sigue siendo
parte central de la programación de todos los cursos.
La evaluación continua
y el trabajo por proyectos puede ser una manera más apropiada de
sustituir la ansiedad por el examen tan habitual en la docencia, ya que
“genera unas dinámicas muy diferentes”.
¿Por qué esa obsesión por
lo cuantificable en la educación? “Está muy unido a que la pedagogía,
durante mucho tiempo, ha sido una ciencia de segundo orden y ha estado
obsesionada por legitimarse”, explica Acaso. “Así que ha intentado por
todos los medios volverse lo más científica posible, y eso está
relacionado con
el sistema numérico de representación”.
“Ese
cientifismo, que además es falso, impregna lo educativo”. Pero la
revolución ha de tomar un camino muy diferente, que debe tener en cuenta
“los sentimientos, la razón y el placer”. “Sólo utilizando esos
elementos conseguiremos que el alumno aprenda. Hay que desenmascarar el
aparente cientifismo de lo educativo y
empezar a trabajar con otro paradigma”, concluye Acaso.